En un pueblo había un hombre sumamente avaro y ambicioso. Poseía una gran fortuna pero siempre deseaba mas riquezas para si. Tenía por vecino a un hombre tremendamente envidioso. Un día llegó al pueblo una maga que sabía de estos dos hombres y les ofreció un trato. Les concedería a ambos un deseo con una condición: Cualquier cosa que desearan se le concedería el doble también al otro. El avaro pensó “mejor no pido nada y dejo que pida el envidioso, de lo que él pida tendré el doble y el no recibirá nada de mí”. El envidioso que detestaba al avaro pidió que a él se le cayera un ojo. Y así el envidioso quedó tuerto y el avaro, ciego.
León Tolstoi
La envidia, según afirmaba Díaz Plaja, define al carácter español por excelencia, por encima de la ira, la soberbia o la gula, por ejemplo. Además, en su ameno ensayo sobre las características de los españoles, también habla de los nacionales de otros países europeos, y afirma -este embajador y escritor que había vivido en muchos países del ámbito europeo y de otros continentes por lo que conocía bien la idiosincrasia de los habitantes de otras latitudes-, que la codicia es muy propia de los franceses, por lo que se la podía considerar el defecto nacional más definidor del carácter francés; al igual que la soberbia lo es del carácter inglés, por citar sólo algunos.
La envidia hace cometer traiciones, ingratitudes, delaciones y calumnias al envidioso que trata así de mermar los méritos, la credibilidad, las capacidades y hasta la honestidad del envidiado, aunque para ello tenga que cometer quien envidia las mayores indecencias, las peores canalladas para conseguir que el envidiado sea pasto de las murmuraciones, la sospecha, el descrédito y la vergüenza de ver su nombre en entredicho, su fama pisoteada o su honradez y capacidad puesta en duda por quien la única virtud que tiene quien envidia es la de ser fiel a su propia idiosincrasia de envidioso, porque en este espécimen humano sólo cabe una obsesión, un deseo y una meta a conseguir: destruir la reputación, la vida personal o familiar, la estabilidad psíquica o la propia autoestima del envidiado.
La envidia hace cometer traiciones, ingratitudes, delaciones y calumnias al envidioso que trata así de mermar los méritos, la credibilidad, las capacidades y hasta la honestidad del envidiado, aunque para ello tenga que cometer quien envidia las mayores indecencias, las peores canalladas para conseguir que el envidiado sea pasto de las murmuraciones, la sospecha, el descrédito y la vergüenza de ver su nombre en entredicho, su fama pisoteada o su honradez y capacidad puesta en duda por quien la única virtud que tiene quien envidia es la de ser fiel a su propia idiosincrasia de envidioso, porque en este espécimen humano sólo cabe una obsesión, un deseo y una meta a conseguir: destruir la reputación, la vida personal o familiar, la estabilidad psíquica o la propia autoestima del envidiado.
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